El okupa del piso de arriba
“Yo le alquilé el piso a la que estaba antes, y tengo un hijo pequeño y no me voy a ir”
“Sí –tercia el otro joven, aún con el ceño fruncido, después de ponerse una camiseta–, a mí el piso este me lo alquiló la amiga de N., y tampoco era suyo ¡me sacó mil euros por la cara!, y luego vino la dueña pegándole patadas a la puerta, para echarme, pero yo no me voy, yo ya pagué, yo tengo mis derechos, y también tengo un abogado… ¡y el otro día unos propietarios se disfrazaron de pintores para colarse y ocupar el piso que tenía ocupado un indigente! Es muy fuerte que se atrevan a disfrazarse y colarse así”. “Ya ves, quitarle el piso así a un pobre desgraciado –retoma el joven marroquí–, un piso que está hecho un asco, allí no puede vivir nadie ¿qué les importaba que un desgraciado…? Yo le dije a la italiana que le pagaba 200 o 300 euros, porque yo trabajo en un grow, y que podíamos pedirle financiación al Ayuntamiento y pagarle también así otros 300… pero ella se negó a todo”.
“Yo tengo un hijo de dos años –continúa–. ¿Quiere guerra? Pues tendrá guerra, porque de aquí no me mueve nadie, que llamo a todos los vecinos antidesahucios que apoyan a las familias ocupas y de aquí no nos saca nadie en un par de años, ¿entiendes? No, no pienso decirte cuánto le pagué a N. ¿Tú qué eres? ¿Un abogado? Yo esas cosas sólo se las cuento a mi abogado”.
El otro joven enciende una colilla y resopla. Otro inquilino cruza el rellano y baja las escaleras mirando los escalones. Nadie quiere más problemas. La propiedad de esta finca está repartida entre un montón de particulares. La mayor parte de los inquilinos tiene un contrato de alquiler. Lo que ocurre es que sus caras cambian cada vez con mayor frecuencia. Apenas quedan vecinos de toda la vida. Uno de ellos dice que le da miedo marcharse el fin de semana porque esta gente se queda con tu casa en menos de 72 horas, que alguno ya lo intentó no hace mucho. “Aquí en el barrio últimamente, si te despistas, alguien te roba la casa”.
La italiana en cuestión, la dueña del piso donde vive el joven marroquí, se llama Katia Messa. Katia explica que compró su piso hace 20 años, que vivió aquí tres años, que terminó de pagarlo en marzo…
“Yo siempre les alquilé el piso a estudiantes que acostumbran a quedarse alrededor de un año –prosigue–. Hacíamos contratos de temporada. Cuando apareció Airbnb también alquilé el piso algunas veces por días. Y la verdad es que entonces pude sacarme una licencia de apartamento turístico, pero no quise dedicarme a ese negocio y seguí con los estudiantes. Para mí esto siempre fue un complemento muy importante. Yo soy madre soltera”.
Y en abril aparecieron los inquilinos perfectos, una pareja encantadora, con buenas nóminas y bien dispuestos a pagar el mes entrante y otros dos de fianza: 3.150 euros.